El domingo pasado, por segunda vez en dos semanas, miles de salvadoreños marcharon en San Salvador para protestar por diversas medidas adoptadas recientemente por el presidente Nayib Bukele; las más cuestionadas, la adopción del bitcoin como moneda de curso legal, el pase a retiro obligatorio de 249 jueces, una tercera parte del total, y la gestión de una normativa que posibilitaría la relección presidencial inmediata.
La primera ha sido percibida como temeraria, debido a las bruscas y volátiles variaciones de las criptomonedas en los mercados internacionales, lo cual podría introducir una peligrosa inestabilidad en las finanzas del país.
En cuanto a la disposición de la Asamblea Legislativa –dominada completamente por partidarios de Bukele– de pasar a retiro a los jueces mayores de 60 años o con 30 de servicio, diversos sectores de la sociedad la perciben como un intento del mandatario por controlar al Poder Judicial.
Ambas acciones, sumadas a los intentos de Bukele por modelar un marco legal que le permita relegirse, son indicativas de una deriva autoritaria que causa alarma en las oposiciones partidistas de derecha e izquierda, organizaciones sindicales, feministas, ambientalistas y de defensa de los derechos humanos.
Si bien Bukele se burló del número de manifestantes –unos 5 mil, según estimaciones confiables– señalando que la marcha fue un fracaso, y aunque mantenga el dominio del Poder Legislativo y conserve un amplio margen de simpatía entre la población, lo cierto es que semejante confluencia de visiones divergentes y hasta contrapuestas en una protesta antigubernamental podría marcar el punto de viraje e incluso el de declinación del excéntrico presidente que se autodefine como Emperador de El Salvador en su cuenta de Twitter.
El simple hecho que el principal asesor del presidente norteamericano Joe Biden, Juan González, le recomiende a su jefe la necesidad de prevenir que “El Salvador se vuelva otra Venezuela” es un llamado de atención urgente.
González es de la opinión que Bukele “usa la popularidad para debilitar el sistema democrático” en El Salvador y eso es peligroso para la democracia en Laátinoamérica, por el ejemplo que brinda al resto de países del área.
Europa y los Estados Unidos han limitado, o suspendido, grandemente las ayudas económicas a El Salvador y no se observa en el horizonte que esto vaya a cambiar. Mientras, las organizaciones no gubernamentales, asociaciones y el más importante tanque de pensamiento del país han procurado el beneplácito de las naciones para recibir cooperación en sus proyectos dentro del país.
El presidente debe entender que el futuro cercano no es halagador para su Administración. La contínua degradación de perspectiva económica de El Salvador por parte de las calificadoras de crédito Fitch y Standard Poor’s es un mal augurio para las finanzas del Estado salvadoreño.
Si, como dicen expertos, el plan de Bukele es mantenerse en el poder, ya sea él o su movimiento político, por 20 o 30 años, debe pensar que el dinero se acaba y el crédito logrado en la primera parte de su gobierno, también se esta acabando.
De la misma manera, la oposición buscará cobrar cuentas y le perseguirá de la misma manera que él les ha perseguido. Nada es eterno.
Bukele debe cambiar su estilo de gobernar si quiere salir bien librado en cosa de dos años y medio.
La situación de los otros mandatarios del denominado Triángulo del Norte de Centroamérica, conformado además por Honduras y Guatemala, es peor que la del salvadoreño.
En el primero de esos países, el presidente Juan Orlando Hernández se encuentra acorralado por las crisis económica y de inseguridad, los impactos de recientes fenómenos meteorológicos y los señalamientos de Washington por su presunta participación en el narcotráfico; a su vez, el jefe de Estado de Guatemala, Alejandro Giammattei, enfrenta un amplio repudio social manipulado por sus adversarios y la incapacidad de su secretaria de Comunicaciones de, valga la redundancia, comunicar las cosas de Estado a la población.
Cada cual a su manera, Bukele, Hernández y Giammattei, son producto de la descomposición política de sus respectivas naciones y de una caída estrepitosa de la clase política salpicada de acusaciones por corrupción.