Ayer, Nicolás Maduro mostró al mundo que está dispuesto a todo, incluso a impedir que toneladas de alimentos y medicamentos alcancen los hogares del pueblo venezolano. La orden fue clara y demoledora: impedir el paso de la caravana humanitaria. Y aunque algunos miembros de las fuerzas de seguridad se rebelaron, la inmensa mayoría de ellos continúa bajo el yugo chavista. Reprimieron, al extremo de asesinar a sus compatriotas.
El costo que pagaron los venezolanos fue altísimo: cinco muertos y 275 heridos. Ningún camión logró traspasar la frontera. Nadie podrá recibir la asistencia tan esperada. El gobierno colombiano y la conducción de Juan Guaidó resolvieron retirar a los camiones del límite con Venezuela y regresarlos a Cúcuta.
Maduro, desde un estrado, ensayó un grotesco que el mundo observó en vivo: desafió al presidente interino a llamar a elecciones y decidió expulsar a los delegados diplomáticos de su país vecino en menos de 24 horas, tensando las relaciones entre ambas naciones al límite.
Él mismo fue quien ordenó bloquear el ingreso de los camiones. Y sus hordas -uniformadas o en colectivos- incendiaron comida y medicamentos que estaban destinados a paliar al menos en una mínima proporción, el hambre y la desatención que padecen desde hace años las familias de cada extremo del país. Un pecado difícil de olvidar y que la historia le echará en cara con razón.
«Nuestros valientes voluntarios están realizando una cadena para salvaguardar la comida y las medicinas», dijo Guaidó al conocer la inhumana resolución de incinerar la ayuda.
¿Qué clase de dirigente acepta ayuda humanitaria de un país y no de otros? ¿No fue Maduro acaso quien anunció que Rusia –su aliada y algo más– también enviaría toneladas de medicamentos admitiendo de esa forma que su pueblo las necesitaba? Hoy decidió quemar esa asistencia. Decidió quemar la ilusión de miles de venezolanos que se acercaron a la frontera para hacerse de una caja.
Organismos internacionales como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) condenaron la represión padecida en los puentes internacionales de Francisco de Paula Santander y Simón Bolívar.
«Estoy más duro que nunca, más que duro que esta madera», amenazó Maduroenvalentonado desde un micrófono en Caracas. Hoy quedó claro: lo que endureció fue su dictadura, al extremo de privarle a su pueblo de comida.