Pocos líderes políticos experimentaron cambios tan abruptos y contradictorios como Pedro Sánchez en los últimos dos años. A comienzos de 2017, parecía terminado. Había sido marginado de la dirección del Partido Socialista (PSOE) tras perder dos elecciones consecutivas contra Mariano Rajoy, obteniendo los peores resultados en la historia de la formación.
Pero en mayo, sorpresivamente para muchos, ganó las elecciones internas gracias al voto de la militancia joven, y volvió a ser presidente del partido, derrotando a los viejos jerarcas. Un año después, se le abrió una ventana inesperada para llegar a La Moncloa.
La histórica sentencia judicial del caso Gürtel dio por probada la existencia de una trama corrupta por la cual un grupo de empresas sobornaba a altos dirigentes del Partido Popular (PP) a cambio de contratos públicos. El caso dejó muy expuesto a Rajoy, que nunca pudo despegarse del escándalo.
El Gobierno estaba en una posición de extrema fragilidad. Si bien el PP era —y sigue siendo— el partido con más bancas en el Congreso, estaba lejos de la mayoría, y Rajoy había asumido gracias a la abstención del PSOE en la votación de investidura.
Sánchez se aprovechó de esa debilidad y propuso de inmediato una moción de censura, una herramienta que existe en todos los sistemas parlamentarios para disolver a los gobiernos que pierden el respaldo legislativo. En pocos días, construyó una abigarrada coalición con la izquierda radical de Unidos Podemos, los nacionalistas vascos y los independentistas catalanes. Su única coincidencia era el deseo de sacar a Rajoy, y estaban dispuestos a apoyar al socialista como reemplazo.
El 1 de junio de 2018, la moción de censura contra el PP obtuvo el respaldo de 180 diputados —cuatro más de los 176 necesarios— y Sánchez se convirtió en presidente del gobierno español. Sospechaba que su gobierno podía ser corto, porque había asumido con votos prestados. Pero, en caso de no llegar al final del mandato en 2020, esperaba al menos ser capaz demorar lo más posible el llamado a elecciones, y elegir el momento que le resultara más conveniente.
Los graves problemas de Sánchez residen en su minoría parlamentaria. Al contar con sólo 84 diputados sobre 350, el PSOE estaba obligado a pactar con todos los partidos disponibles
«La alianza parlamentaria que derrocó a Rajoy y lo sustituyó por Sánchez era heterogénea. Desde un principio estaba claro que su supervivencia dependía de la capacidad del PSOE para acomodar las preferencias de los diferentes partidos», dijo a Infobae Rubén Ruiz Rufino, profesor de política comparada en el King’s College de Londres.
Demasiado pronto quedó en evidencia que era una misión imposible. A sólo ocho meses de su formación, el gobierno entró en una crisis que parece sin salida. Su intento de acercarse a los líderes catalanes para que le aprueben los presupuestos públicos desató la indignación de los sectores nacionalistas, que realizaron una masiva movilización el domingo pasado.
Como si fuera poco, los independentistas le hicieron exigencias que no estaba dispuesto a conceder, así que no hubo pacto y se rompió la coalición. Por segunda vez en la historia democrática española, el Parlamento rechazó este miércoles el proyecto presupuestariopresentado por el gobierno. Acorralado, Sánchez convocó el viernes a elecciones anticipadas, que se celebrarán el 28 de abril.
La única vez que sucedió algo similar fue en 1996, cuando Felipe González era presidente. Como ahora, los diputados catalanes —nucleados en lo que era Convergència i Unió— rompieron la alianza legislativa y rechazaron los presupuestos.
González adelantó los comicios y fue derrotado por José María Aznar, del PP, que terminó así con 14 años ininterrumpidos de gobierno socialista. Sánchez hará todo lo posible por evitar ese desenlace, pero no será nada fácil.
La caída de los presupuestos
«Los graves problemas de Sánchez residen en su minoría parlamentaria. Al contar con sólo 84 diputados sobre 350, el PSOE estaba obligado a pactar con todos los partidos disponibles para aprobar los presupuestos. Desde el principio, Podemos, Bildu y el Partido Nacionalista Vasco se mostraron a favor. Los primeros por el carácter social del proyecto, y el último por acceder a ciertas peticiones autonómicas. El mayor reto era convencer a los partidos catalanes, ERC y PdCat, que tienen una base claramente independentista y claman por la convocatoria de un referéndum al estilo escocés, con el apoyo y coordinación del Estado central», explicó el politólogo Alejandro Tirado Castro, de la Universidad Carlos III de Madrid, consultado por Infobae.
En parte por convicción y en parte por necesidad, Sánchez asumió la presidencia con el compromiso de encontrar una solución política al conflicto catalán. A diferencia de Rajoy, que se potenciaba polarizando con los separatistas, necesitaba negociar con ellos, porque su acompañamiento había sido indispensable para su investidura.
«Sánchez no creó esta situación. La heredó del anterior gobierno, que fue muy incompetente y venía envenenándose desde hacía tiempo. A todo esto, hay que añadir que la situación en Cataluña es harto compleja políticamente hablando, porque ni todo el independentismo piensa igual en lo que se refiere a estrategias y objetivos, ni la parte no independentista es homogénea», dijo a Infobae Ferrán Martínez i Coma, profesor de la Escuela de Gobierno y Relaciones Internacionales de la Universidad Griffith de Queensland, Australia.
Sánchez dio el primer paso para acercar posiciones en diciembre, cuando viajó a Barcelona para reunirse con Quim Torra, presidente de la Generalitat. El encuentro fue cordial y ambos se despidieron con la promesa de seguir dialogando.
«Las negociaciones entre el PSOE y los partidos catalanes eran fundamentales, porque sin su apoyo los presupuestos no podían ser aprobados —dijo Ruiz Rufino—. Esa posición de fuerza por parte de ERC y PdCat se transformó en una estrategia de vincular el trámite de los presupuestos con una discusión acerca del encaje territorial de Cataluña en el resto del país».
La tensión comenzó a crecer rápidamente. Torra contó que le había presentado al jefe de Estado una lista de 21 puntos, que resumía sus principales demandas. Entre otras cosas, incluía el reconocimiento del «derecho a la autodeterminación del pueblo de Cataluña» y una «mediación internacional para facilitar una negociación en igualdad».
Sánchez no ha dispuesto nunca del capital político necesario para pilotar un escenario complejo como el que ha diseñado el desafío soberanista en Cataluña
«En un principio —dijo Tirado Castro—, se podía pensar que, después de apoyar a Sánchez en la moción de censura, los partidos catalanes iban a posicionarse más favorablemente que ante Rajoy. Pero no ha sido así. El carácter reivindicativo de las formaciones independentistas no se ha rebajado y las exigencias son claras: sin referéndum o cualquier tipo de avance hacia la independencia, no hay presupuestos. Asimismo, el hecho de que haya ciertos líderes catalanes en la cárcel no favorece esta relación».
El Gobierno anunció a principios de mes que había accedido a incluir un «relator» en la mesa con los catalanes, pensando que así podía conseguir su apoyo en el Congreso. El eufemismo sirvió de poco, porque todos interpretaron que se trataba de un mediador, lo que podía ser leído como el reconocimiento de que la disputa es entre iguales. Los nacionalistas lo consideraron una humillación imperdonable.
Muchos dirigentes regionales de su propio partido alzaron la voz contra la estrategia de acercamiento al independentismo, temiendo que los afecte electoralmente. Los líderes del PP, Ciudadanos y Vox fueron mucho más allá: convocaron a una gran movilización para pedir la renuncia de Sánchez.
«El PSOE es muy vulnerable al eje nacional, que domina la agenda política en España ahora mismo. Mientras otros partidos con los que debe llegar a acuerdos tienen electorados que oscilan claramente hacia postulados más centralistas o más descentralizadores, el PSOE tiene votantes de todas las sensibilidades. Por eso, la discusión territorial genera con facilidad turbulencias en el partido. Cualquier movimiento en cualquier dirección puede ser costoso», sostuvo Ignacio Jurado, profesor de política del Derwent College de York, en diálogo con Infobae.
Peor no le podría haber salido la jugada a Sánchez. A pesar del precio que pagó, la inclusión del mediador no fue suficiente para convencer a los secesionistas, que pedían mucho más que eso para acompañar los presupuestos. Cuando se dio cuenta, retiró la propuesta y dio por terminados los diálogos, con la esperanza de abortar la protesta opositora. Pero tampoco lo logró.
Decenas de miles de personas fueron el pasado domingo a la plaza Colón de Madrid para manifestarse a favor de la unidad española y en contra del gobierno socialista. Fue el preludio de la derrota que sufrió este miércoles en el Congreso, y del llamado forzado a una nueva elección general el próximo 28 de abril. Será la tercera en menos de cuatro años.
En la cuerda floja
«Sánchez no ha dispuesto nunca del capital político necesario para pilotar un escenario complejo como el que ha diseñado el desafío soberanista en Cataluña. Es una mezcla nociva perfecta, en la que el Presidente ha tenido que afrontar tanto la debilidad interna en su partido como la debilidad parlamentaria, al disponer de sólo 84 parlamentarios, muchos de ellos con escasa afección hacia él», dijo a Infobae Santiago Delgado Fernández, profesor de ciencia política de la Universidad de Granada.
Si bien el mandatario ya no podrá cumplir su objetivo inicial de estirar hasta 2020 el llamado a las urnas, todavía puede aspirar a seguir en La Moncloa. Dependerá de los votos que obtenga y, como se descuenta que ningún partido tendrá la mayoría por sí solo, de su capacidad para fabricar una nueva coalición de gobierno.
El panorama no es alentador para el socialismo. Según el promedio de encuestas que realiza Electocracia, el PSOE es el partido con mayor intención de voto, pero con apenas un 24 por ciento. En segundo lugar está el PP, con 21 por ciento. Luego vienen Ciudadanos (19,1%), Unidos Podemos (15,2%) y Vox (11,6%), el partido de extrema derecha que no para de crecer.
Si esos porcentajes se trasladaran a bancas, Sánchez tendría serias dificultades para ser reelecto. Aunque conserve el apoyo de Unidos Podemos, que votó a favor de los presupuestos, estaría muy lejos de los 176 escaños necesarios. Con la polarización actual sería inimaginable una gran coalición a la alemana con el PP, pero también un acuerdo con Ciudadanos, cuyo líder, Albert Rivera, expresó un enérgico rechazo a Sánchez por su indulgencia con los separatistas.
La coalición que sí se avizora posible es la alianza de «las tres derechas», como llamó el mandatario a la unión entre PP, Ciudadanos y Vox. Ese trío desbancó al PSOE de Andalucía después de 36 años en el gobierno, y ungió a Juan Manuel Moreno como presidente de la Junta local.
«La derrota socialista en Andalucía ha vuelto a precipitar las críticas internas y envalentonó a las derechas, que han entendido a la perfección que, lejos de suponer un riesgo la competición entre tres marcas distintas, la división les ha facilitado conseguir el poder. Tanto el PP como Ciudadanos entienden que un escenario parecido puede darse en las elecciones generales», advirtió Delgado Fernández.