Hace apenas tres años, nadie en El Salvador habría podido predecir que el favorito a ganar los comicios fuera alguien ajeno al bipartidismo. Ni siquiera el mismo Nayib Bukele, quien cuando llevaba poco más de un año como alcalde de San Salvador, ya tenía el deseo de convertirse en el candidato presidencial por el Frente Farabundo Martí para la Liberación nacional (FMLN).
Para entonces, Bukele había tenido roces con la dirigencia de su partido, pero podía más su convicción de que fuera del FMLN no había vida política. Al ser preguntado por un periodista si se iría con otro partido o crearía uno propio, tomó una hoja y escribió números y gráficas que detallaban que lo máximo a lo que podía aspirar como candidato independiente era a un tercer lugar en San Salvador. Bukele era un convencido de la solidez del sistema construido en torno a ARENA y el FMLN. Luego todo ocurrió demasiado deprisa. El hartazgo siguió sumando adeptos, Bukele tensó la situación con el FMLN y fue expulsado en octubre de 2017. Después de su salida, su popularidad se catapultó y ahora está a un paso de convertirse en presidente.
Bukele ha impuesto la idea de que él personifica la ruptura con el sistema, aunque está enrolado en GANA, un partido escisión de Arena, salpicado por escándalos de corrupción.
GANA fue fundada con dineros del grupo del expresidente Elías Antonio Saca, ahora en prisión por actos de corrupción y otros. Uno de los miembros de ese grupo, el expresidente de la Asamblea Legislativa Guillermo Gallegos, según una investigación periodística desvió cientos de miles de dólares hacia una oenegé fantasma fundada por su esposa. Es difícil argumentar que ese partido, para el que Bukele pide el voto, no representa el sistema fallido que dice combatir.
Pese a la alianza entre el partido corrupto GANA y Bukele, se ha pronosticado que las elecciones podrían decidirse a favor de Nayib Bukele, considerado un anarquista-populista por expertos en análisis político, tales como los exguerrilleros Salvador Samayoa y Rubén Zamora.
De haber balotaje, es posible que no sea entre los candidatos del tradicionalismo de tres décadas conformado entre ARENA y el FMLN, sino que, podría Bukele ser una de las partes a definir la presidencia en segunda vuelta.
Hasta ahora, la estrategia de Bukele ha sido exitosa: explotar su carisma, polarizar aún más la sociedad con un esquema de “conmigo-o-contra-mí” y agitar sin pruebas el fantasma del fraude en su contra. En diciembre del año pasado, Bukele llamó a sus seguidores a protestar contra el Tribunal Supremo Electoral por un cambio de tonalidad en la bandera de su partido en las papeletas. Pero quizás lo más inquietante de su campaña sea el silencio y su falta de propuestas ejecutables: el candidato se ha negado a participar en debates con sus pares y no concede entrevistas a los medios más incisivos.
Si esto sigue así, en unos días los salvadoreños votarán sin conocer a ninguno de los integrantes de su gabinete y sin sopesar propuestas firmes sobre cómo afrontar la deuda externa, el déficit fiscal, la migración irregular o el fenómeno de las maras. Bukele tampoco ha explicado quién financia su costosa campaña, más de 9 millones a la fecha, mucho menos la naturaleza de su alianza in extremis con GANA. Pero, eso sí, ha habido tiempo y ganas para debatir sobre un hipotético duelo entre Darth Vader y Thanos.
La campaña ha permitido confirmar las dudas sobre la capacidad de Bukele de negociar disensos, pacificar un país polarizado y asumir las riendas de una nación sembrada de problemas estructurales. Esto no es un buen augurio para El Salvador, sobre todo si se recuerda que gobernaría al menos los dos primeros años con una Asamblea hostil, donde no se autorizarán préstamos, ni transferencia de fondos entre las partidas presupuestarias de las diversas secretarías o ministerios y en donde GANA será minoría. Aún menos probable pensar en inversión en el país por parte de empresarios y estamentos de primera clase.
Los problemas de El Salvador son demasiado serios como para entregar un cheque en blanco a alguien que lo único que ha demostrado es que sabe mercadearse como el cambio que necesita el país. Hay demasiadas preguntas cruciales sin respuesta. Y Bukele debería ser el más interesado en despejarlas —concediendo entrevistas o debatiendo con sus adversarios— si realmente es lo que dice ser: alguien diferente a los mismos de siempre.